Jorge Luis Ramos Cusihuaman - Libro

Ya he estado aquí antes, la misma emoción, esas cosquillas en el estómago y la secreta esperanza de que esta vez funcione… Lo conocí hace una semana. Fui con mis amigos a un bar y ahí estaba él, moviéndose al ritmo de la música con una cerveza en la mano; con su media sonrisa adornada con dos hoyuelos en las mejillas. Los niños buenos nunca me han ido, me gustan los aventureros, los que no les importa que el viento los despeine, los que disfrutan de su libertad. Y el llevaba la libertad en el cabello rizado y desaliñado. Yo que soy tan terco como para quedarme en mi zona segura, hacía no más de dos semanas que había jurado (otra vez) que ya no lo volvía a hacer, pero igual dije lo mismo sobre el alcohol y bueno, ahí estaba de nuevo pidiendo tragos: uno, dos… el tercero me pasó como agua. Me armé de valor y me acerqué, “Hola“, le dije, me sonrió y me dio la mano, me dijo su nombre, pero no entraré en detalles. Me presenté y le invité una cerveza, aceptó por supuesto. Platicamos toda la noche, bailamos e incluso me atreví a robarle un beso, me dio su número y está de más decir que me fui a casa con una sonrisa. Al otro día la cruda me cobró caro mis osadías, ¿sería prudente enviarle un mensaje de buenos días?, ¡no!, mejor espero, al menos hasta el lunes. Todo el domingo no puedo pensar en otra cosa, me gustó mucho, es inteligente y divertido, sí… podría funcionar, pienso para mis adentros. Aunque cuando mis amigos preguntan, digo que no es importante. “Qué rápido lo olvidaste”, se burlan hablando del imbécil con el que salía. Al otro día tengo escuela y después trabajo. En fin, le envío un mensaje, espero que me recuerde. Casi no tardó en responder y me dice que se la pasó muy bien, yo le respondo que quiero verlo otra vez y quedamos para el fin de semana. ¿Apenas es martes?, bueno, como sea, seguimos hablando. ¿Qué hace, a dónde va, que le gusta? Lo típico. No puedo evitar pensar que ya he estado aquí antes pero decido dejar que todo fluya. Llega la primera cita. Pareciera que hace meses que salimos, me gusta su sentido del humor y cómo me trata, la cita termina y nos despedimos, me abrazó y me dijo que esperaba verme pronto. Pasan algunos días y no se nada de él, pienso en escribirle pero prefiero que él me busque. ¿Por orgullo? ¿Miedo, quizás? No sé bien. Al fin, un día me propone que vayamos al cine, por supuesto acepto. Así suceden varios días, entre películas y cervezas, caminatas y canciones. Pasan varias semanas y los besos no se hacen esperar, primero muy suaves y luego un poco más intensos. Me gusta y sé que yo le gusto aunque no me lo diga, me doy cuenta cuando me mira. Anoche durmió en mi casa, me gusta porque todo ha resultado tan natural. Me siento seguro y comienzo a bajar la guardia, ya no me da miedo iniciar primero yo la conversación, ni decirle que estoy pensando en él. Él no es tan atento en ese sentido pero cuando estamos juntos, todo cambia. Mañana vamos a salir con mis amigos, quiero que lo conozcan… unas horas antes me dijo que no va a poder verme y aunque me enfado un poco, lo dejo pasar. No hemos hablado, ni por el chat ni por teléfono. En gran medida, sé que si yo no inicio la conversación, él no lo hará, así que cedo de nuevo. ¿Por qué siempre tengo que hacerlo? Nos volvemos a ver y todo parece que sigue en pie, me hace sentir que le importo, el miedo me invade otra vez, no quiero ilusionarme pero no puedo evitarlo. Así es siempre que alguien me gusta, me dejo llevar y cuando menos me doy cuenta me vuelvo a estrellar, voy entendiendo por qué en inglés se le llama crush: siento cómo mi corazón se estruja cuando pienso en que podría no funcionar. Porque de verdad me gusta, pero aún así decido darle un espacio, quizá estoy intentándolo demasiado. Me llama un día, un poco confundido; hace ya más de tres días que ninguno ha intentado ponerse en contacto, le explico que he estado muy ocupado trabajando aunque en realidad quiero gritarle que tengo pavor de que se canse.